El trabajo dignifica: las experiencias de los primeros ingresantes del cupo laboral trans en el municipio
En junio se firmó el decreto que oficializa la incorporación a la planta municipal de cinco personas del colectivo de travestis, transexuales y transgénero. A dos meses, cuentan sus vivencias.
Casi un año después de la sanción de la Ordenanza 9543 (reglamentada por el Decreto 0083/17), en el mes de junio llegó el tan ansiado momento: se concretó el ingreso de cinco nuevos empleados y empleadas a partir del cupo laboral trans. Producto de una larga lucha del colectivo LGBTI y el trabajo conjunto con el municipio y concejales, Rosario se convirtió en la primera ciudad del país en hacer posible esta medida que se demanda a nivel nacional.
De esta manera, Sabrina, Daniela, Ariana, Paula y Alejandro celebraron aquel 28 de junio (no casualmente el Día Internacional del Orgullo LGTBI) su incorporación oficial a la planta municipal. Dos meses más tarde, y ya asentados en sus puestos de trabajo, algunos de ellos comparten un primer balance de la experiencia.
Alejandro Burgos espera animado frente a la fuente del Palacio de los Leones, a pocos pasos de la oficina donde trabaja todos los días de 7 a 13: Mesa de Entradas. Desde ahí realiza todos los días sus tareas como ordenanza: “Entrego expedientes en las distintas oficinas, en Aduana, en Desarrollo Social”, cuenta. Rápidamente, asegura: “El laburo viene re-bien. Yo pensé que iba a ser más complicado, pero no. Es fácil. Y está bueno porque no estoy siempre estancado en un solo lugar”.
Respecto de la adaptación al nuevo ambiente laboral, Alejandro no tiene ningún reproche: “Acá el trato siempre fue normal, natural. Como con cualquier otra persona. Sin preguntas de ningún tipo. Siempre me sentí recómodo, rebien en el ambiente de trabajo. En todas las oficinas a donde voy también me tratan bien. Más allá de si saben o no saben, nunca noté una mirada rara ni de curiosidad”, afirma, tranquilo.
En los luminosos pasillos de las oficinas del edificio del Correo, el de Sabrina Crespo es el primer rostro que se ve al llegar al Área de Diversidad Sexual. Animada y carismática, se la nota muy a gusto en el escritorio que ocupa a diario de 8 a 14. Allí realiza hace dos meses tareas administrativas relacionadas al manejo de personal, compras, gestión de proveedores y solicitudes de todo tipo. Aunque también anticipa que de a poco se va sumando a “alguna que otra intervención territorial”.
“Yo me siento muy bien acá. Estar en la Secretaría de Desarrollo Social, en la que tenés tanto contacto con la gente y justo en el Área de Diversidad Sexual, es donde más cómoda me podía sentir. Por afinidad y por saber que las chicas no se iban a encontrar con nada nuevo, sino con algo que tratan todos los días desde años”, asegura la joven de 32 años.
Ariana Osuna, otra de las ingresantes, es su compañera en el Área, aunque ella se dedica a oficiar de auxiliar social en acompañamientos.
“Lo que hacemos en el Área es garantizar que se cumplan los derechos del colectivo LGBTI. Al estar acá y conocer muchas veces a las chicas trans, cuando llegan y me ven, se sienten cómodas. Ayudo en todo lo que puedo. Hace poco, fui a hacer una pequeña intervención a un CCB (Centro de Convivencia Barrial) del barrio Toba para un grupo de chicas que necesitaban asesoramiento en el tema de salud y de planes que hay para estudiar. Me siento bien haciendo eso porque ayudo desde algún lugar”, narra, orgullosa de su labor.
A Sabrina le sobran las palabras de agradecimiento para sus compañeros de oficina y para el resto de los empleados. “La verdad es que tengo buena relación con todos, desde los chicos de limpieza hasta con los superiores de la secretaría. Me siento bien, siempre me están ayudando en lo que pueden, en todas las oficinas”, cuenta y reafirma: “No me puedo quejar. Porque todos tienen la mejor predisposición para darme una mano y hacerme sentir cómoda y segura”.
“Un giro de 180 grados”
Antes de convertirse en empleado de la Municipalidad, la cosa no era sencilla para Alejandro, de 47 años. “Mi vida era muy monótona, casi siempre era lo mismo. Muy poco laburo. Dependiendo de alguna que otra changa que saliera: limpiaba terrenos, sacaba escombros, cortaba pasto, lo que hubiera para hacer”, recuerda, como si hablara de un pasado lejano que le alegra haber dejado atrás.
Además de las changas eventuales, Alejandro amasaba y vendía pan casero, un oficio que eligió hace quince años cuando llegó a Rosario desde el partido de La Matanza, en provincia de Buenos Aires. “Era complicado vivir allá así que decidimos probar suerte acá”, cuenta. El plural refiere a sus cuatro hijas, que hoy tienen entre 24 y 14 años. Dos de ellas todavía conviven con él, mientras que las otras se mudaron con sus parejas. “Son todas grandes pero igual siguen dando dolores de cabeza”, ríe Alejandro, que además es abuelo de una pequeña de dos años.
Después la venta “se fue complicando” y la necesidad de un trabajo estable se volvió más palpable. “Siempre estuve buscando pero nunca se me daba”, cuenta. Justo cuando lo habían llamado de una empresa de seguridad para oficiar de vigilador, recibió el aviso de que había sido seleccionado para ingresar a la Municipalidad. La decisión le resultó casi obvia: la segunda opción le permitiría continuar con los estudios secundarios que inició este año en un Eempa.
“Si agarraba la empresa de seguridad, iba a tener que dejar la escuela porque el horario es rotativo: una semana de día y una semana de noche, de ocho a doce horas. Era más complicado. Acá estoy más que bien”, explica Alejandro.
Para Sabrina, el recorrido fue otro pero el cambio resultó igual de significativo. Después de completar el secundario en un bachiller comercial, transitó varias instancias de formación: arrancó Economía pero dejó, completó la cursada de la carrera de Publicidad, estudió gastronomía y se recibió de peluquera. Además, trabajó “desde adolescente”: primero en la empresa familiar, realizando tareas administrativas y de atención al público, y después en la escuela de cocina donde cursaba. También “en eventos y en catering” y finalmente como peluquera a domicilio.
“Me las fui siempre rebuscando como podía pero no es lo mismo contar con una rutina, con algo seguro. Para mí esto fue un cambio de 180 grados en mi vida”, asegura Sabrina, que vivía principalmente de la peluquería antes de ingresar al Área de Diversidad Sexual. Todavía se acuerda del día en que la llamó Liliana Iussig, una de las profesionales del Área que hoy es su compañera de trabajo: “Fue un día antes del día que se firmó el registro. Yo no caía, no entendía nada. Fue todo como muy rápido”, rememora.
Tanto Sabrina como Alejandro reconocen que conseguir un trabajo no es fácil para ninguna persona, pero que la dificultad es mayor para el colectivo trans. “A mí me pasó muchas veces de presentar currículums en lugares y que después cuando te ven, prefieren elegir a otra persona. No sé por qué, se piensan que una no va a funcionar. Pero ni por una elección sexual ni por una identidad una persona va a funcionar menos para un trabajo que otra que cumple con los parámetros que la sociedad demanda”, analiza.
Las experiencias no fueron muy distintas para Alejandro. “Yo las he pasado. Por ahí dejabas un currículum y te miraban la cara y veían tu nombre y no entendían. Vos veías que dejaban el CV ahí en un costado y te decían que ya te iban a llamar pero esa llamada nunca llegaba”, cuenta.
El Registro Único de Aspirantes Trans, pionero
En el marco de la Ordenanza 9543 (reglamentada por el Decreto 0083/17), entre el 23 de enero y el 10 de marzo de 2017 el Área de Diversidad Sexual, dependiente de la Secretaría de Desarrollo Social, inscribió a 62 personas (de las cuales 46 se identificaban como mujeres y 16 como varones) en el Registro Único de Aspirantes para personas travestis, transexuales y transgénero. Cabe aclarar que, aún antes de la reglamentación del cupo por ordenanza, el municipio ya contaba entre su plantel con identidades trans.
Alejandro se enteró de la convocatoria gracias a un empleado administrativo del Centro de Salud municipal Juana Azurduy, un bastión de su barrio, Empalme Graneros. Allí asistía con cierta periodicidad para llevar adelante su proceso de hormonización, garantizado en el circuito de la salud pública gracias a la Ley 26743 de Identidad de Género.
Como en los últimos años ya se había acercado en varias oportunidades al Área para informarse sobre cursos gratuitos que completó (como el de vigilador privado o de informática), y decidió volver para saber más sobre el registro. “Me explicaron todo, completé el formulario y después era cuestión de esperar”, recuerda.
Por su parte, Sabrina se enteró gracias a un programa de radio. “Fue en enero, hacía dos días que lo habían abierto. Había que venir hasta acá a la oficina, llenar un formulario. Hice todos los trámites que tenía que hacer. Fueron pasando los meses y me llamaron a mediados de abril para una entrevista”, rememora la joven, como si volviera a verse ingresar por la puerta a través de la cual ella hoy recibe gente.
“El cupo abre mucho a la sociedad a que acepte y respete. Yo creo que con el respeto es como más lejos se puede llegar. Creo que esto sirve para que, si la gente ve que estamos trabajando en la Municipalidad y funcionamos bien, el resto de la sociedad pueda verlo desde otro ángulo y ya no desde encasillar o etiquetar a las personas”, opina Sabrina, que asegura que “a estas oportunidades hay que valorarlas y agradecerlas”.
Alejandro coincide: “El cupo fue muy importante. Porque abre muchas posibilidades. A nosotros nos cambia por completo. A mí me cambió por completo la vida. De vivir puchereando, como quien dice, a tener un sueldo fijo que llega tal día del mes y saber que puedo contar con eso”. Y se anima a pedir más: “Pienso que por ser la primera vez, está bien. A lo mejor podría ampliarse la capacidad porque hay mucha gente que necesita trabajar”.
Los recorridos vitales de Sabrina y Alejandro, junto con el de las otras tres ingresantes inaugurales, son tan singulares como propios de una realidad colectiva: la de las personas travestis, transexuales y transgénero. Lo que el cupo trans inauguró en la Municipalidad de Rosario responde a una demana que se replica a lo largo y ancho del país. "Yo creo que también que haya una experiencia buena en un lugar sirve para que pueda salir en otros lados", concluye Sabrina esperanzada.