19 de marzo

Deportes

Inclusión

A diez años de su primer picado, jóvenes de barrio Emaús se reencuentran para jugar

A partir de una iniciativa de Centro de Convivencia Barrial y el Centro de Salud, el fútbol media como herramienta de transformación, inclusión y convivencia en la populosa barriada del Noroeste.

El pasado viernes el grupo de chicos que en 2007 se juntó por primera vez para dar inicio al proyecto El Fútbol: pasión que transforma se reencontró en el Polideportivo 7 de Septiembre y, con la excusa de jugar nuevamente un rato juntos, compartieron una mañana de abrazos, risas y anécdotas junto a los equipos de los centros de Convivencia Barrial y de Salud de barrio Emaús y de La Casita del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos.

Es que el fútbol es el factor convocante para que, desde hace una década, decenas de niños, adolescentes y jóvenes se acerquen y se vinculen, compartan y promuevan otro modo de relacionarse entre sí y con las instituciones de esa zona del distrito Noroeste.

“Arrancamos en 2007 con la idea de invitar a los pibes de segunda infancia a participar de las actividades del CCB”, cuenta Hernán, profesor de Educación Física de ese espacio e impulsor principal del proyecto. “La canchita estaba a media cuadra. Al principio surgieron algunos conflictos entre ellos, hasta que empezaron a construir algunos vínculos que les permitieron conformarse como grupo y transitar el barrio en que viven, relacionándose desde el respeto”.

Hernán se emociona al volver a verlos jugar juntos y reflexiona sobre el crecimiento de los chicos: “Parece como si los diez años no hubieran pasado”.

Solamente un juego

Mientras esperaban las hamburguesas que estaban asando las seños del CCB, Brian y David descansan tras el partidito a la sombra de los árboles del Polideportivo, y rememoran los partidos de su infancia.

“No nos enojemos, que esto es solamente un juego”, proponía Brian a los 11 años, cuando había alguna gresca en los partidos. Hoy tiene 21 y ya no pasa tantas horas jugando al fútbol con sus amigos en la canchita. “Ahora estamos más grandes, pensamos en otras cosas, tenemos otras responsabilidades, y está muy bueno volvernos a encontrar, a hablar y a jugar”, cuenta y recuerda: “Un día me gané un trofeo al mejor compañero y todavía lo tengo. ¡Lo limpio todos los días!”.

Brian, junto a su amigo David, repasan la historia del proyecto: “Teníamos una canchita frente a nuestra casa y jugábamos ahí. Un día vino Hernán (profe del CCB) con unos chicos más y se instalaron ahí, y de a poquito nos empezamos a juntar. Primero éramos unos pocos, pero después se empezaron a sumar más chicos y al final ya éramos un montón”.

Los chicos rescatan la experiencia que vivieron hace diez años como un espacio de “diversión y respeto”. “Ya nos conocíamos, pero nos hicimos más amigos. Con algunos hace mucho que no nos veíamos. Somos amigos de toda la vida y nos gusta volvernos a encontrar”, concluyen.

El juego como facilitador

Haciendo las veces de árbitro, Gerardo, médico del Centro de Salud Emaús, se divierte como un chico más. Es que los conoce desde el principio, y une su labor profesional con el vínculo afectivo con el grupo: “En el año 2007 arrancamos junto con Hernán este proyecto que estaba pensado para trabajar con pibes que tuvieran alguna situación problemática. La idea era tener un espacio de encuentro y recuperar el vínculo entre ellos y con las instituciones. El fútbol era el vehículo convocante. Llegábamos y hacíamos picar la pelota, y los pibes se congregaban solos”, evoca.

Para el médico, el fútbol en este proyecto sirve para reforzar prácticas solidarias y de convivencia entre los niños: “La diferencia es que había un profe de educación física del CCB y un médico del centro de salud. Establecíamos reglas de juego, mediábamos ante conflictos. Habíamos puesto como límite la agresión: si había agresión no se seguía jugando. Así aprendemos a ver al otro como a un semejante. Con el tiempo, los chicos conformaron un equipo y les iba re bien porque estaban acostumbrados a jugar juntos”, señala.

De acuerdo a su experiencia, es invaluable la utilidad del juego como vehículo para abordar otras problemáticas: “A diez años, se vuelven a encontrar, se ríen entre ellos, se cargan por distintas circunstancias de la vida, pero ahora pueden soportar una cargada que de chicos no podían porque sin mediar palabra pasaban directamente al acto, a la violencia. Acá, con la excusa del fútbol, se mejora mucho la convivencia. Por otra parte, hace un par de años que incluimos la perspectiva de género, promoviendo que las chicas vengan también a jugar a la pelota, participando del mismo espacio con los varones. De esto se trata: estos pibes con los que estamos trabajando son jóvenes que por ahí en otro barrio estarían en situaciones complicadas, y el modo de vincularse que hemos construido a partir del fútbol nos ha permitido una suerte de cercanía, y eso ayuda muchísimo. También gracias al fútbol superamos una cierta rivalidad territorial entre los barrios Emaus y 7 de Septiembre, generando vínculos entre chicos de las dos barriadas. El juego aparece como un facilitador”.